En la actual legislatura, los acuerdos parecen más lejanos que nunca. Doce diputados de la 4T, dos del Verde que en esencia deberían alinearse con la misma coalición (aunque, curiosamente, parecen estar sometidas a los intereses de hombres, en una ironía frente al discurso de paridad de género), dos del PRI, uno de Movimiento Ciudadano, y nueve del PAN, se preparan para lo que parece ser una verdadera batalla por el reparto del pastel político.
El punto de fricción más grande: las comisiones. Nadie quiere ceder terreno, especialmente cuando está en juego la comisión que determinará el destino de 401 millones de pesos del presupuesto legislativo. Aquí, las alianzas se tejen y destejen bajo la mesa, los egos chocan, y el interés personal prevalece por encima del bien común. Si bien a nadie le conviene que los diputados no lleguen a acuerdos, parece que están dispuestos a llevar la tensión al límite.
Lo más intrigante es que un voto, un solo voto, de cualquiera de los diputados, podría ser el factor decisivo que incline la balanza y defina la mayoría. Ese voto puede determinar quién controla el poder real en esta legislatura. Porque, aunque la Mesa Directiva esté en manos de Morena, su poder es de ‘chocolate’. Más allá de ser el caballero o dama de compañía del gobernador, no tiene más atribuciones que las de una reina de belleza: figura decorativa, pero sin peso en la toma de decisiones.
El verdadero poder reside en la Junta de Coordinación Política. Es ahí donde se decide quién tiene trabajo y quién no en el organigrama legislativo, y es ahí también donde se determinan las comisiones donde se reparte el pastel. Triste pero cierto: el destino de la legislatura y del presupuesto se negocia en la sombra, donde el poder real se ejerce sin miramientos.
