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Adiós a la democracia

Por Luis Gabriel Osejo.

‘Las democracias modernas no mueren con golpes de Estado, sino desde dentro, a manos de líderes que concentran poder. En México, las reformas de AMLO y Sheinbaum han debilitado contrapesos clave, poniendo en riesgo la independencia institucional y el futuro democrático.

En Cómo mueren las democracias, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt describen los caminos sutiles y modernos que han sustituido los golpes de Estado y las dictaduras tradicionales como métodos para erosionar las democracias. Los autores sostienen que hoy las democracias no necesariamente caen con tanques y armas, sino desde dentro, a manos de líderes que llegan al poder a través de elecciones legítimas y luego manipulan las instituciones para perpetuar su hegemonía. México, bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su sucesora política Claudia Sheinbaum, parece ejemplificar este proceso de deterioro institucional.

Las recientes reformas constitucionales impulsadas por ambos líderes han atacado el corazón de la democracia mexicana, destruyendo o debilitando organismos autónomos, fabricando mayorías legislativas ficticias, y subordinando las instituciones clave al poder Ejecutivo. Estos actos representan una estrategia sofisticada de concentración del poder que, aunque se presenta como parte de un mandato popular, mina los principios fundamentales del pluralismo, la independencia de poderes y la rendición de cuentas.

El ataque a las instituciones democráticas

La desaparición de organismos autónomos como el INAI y el CONEVAL, la neutralización de la SCJN y la captura del INE y la CNDH no son incidentes aislados. Cada acción responde a una lógica precisa: desarmar los contrapesos que limitan el poder presidencial. En palabras de Yascha Mounk, en su obra El pueblo contra la democracia, este tipo de tácticas representan el auge de un populismo autoritario que utiliza el lenguaje de la democracia —“el pueblo lo demanda”— para justificar su desmantelamiento.

AMLO y Sheinbaum han alegado constantemente que estas instituciones estaban corrompidas o eran instrumentos de una “élite neoliberal”. Sin embargo, el resultado ha sido la creación de un sistema de lealtades absolutas donde los organismos que deberían fiscalizar o equilibrar al poder Ejecutivo ahora operan como brazos ejecutores de su voluntad. En este contexto, la legitimidad electoral se convierte en un escudo retórico para justificar acciones profundamente antidemocráticas.

El ejemplo más preocupante es la supresión de la independencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Al reducir la autonomía del máximo tribunal, el Ejecutivo elimina un pilar clave para garantizar el Estado de derecho. Sin un poder judicial independiente, los ciudadanos quedan desprotegidos frente a abusos del gobierno.

Fabricando mayorías y el “pueblo soy yo”

La construcción de una mayoría legislativa artificial, lograda a través de maniobras como la cooptación de partidos minoritarios y el uso de legisladores suplentes leales, refleja un modelo de “democracia iliberal”. Como advierte Enrique Krauze en El pueblo soy yo, estas prácticas consolidan un presidencialismo absoluto, donde el líder no solo interpreta la voluntad del pueblo, sino que la encarna, marginando cualquier oposición como enemiga del progreso o del bienestar social.

Este fenómeno no es exclusivo de México; Viktor Orbán en Hungría y Recep Tayyip Erdoğan en Turquía han empleado tácticas similares. Sin embargo, el caso mexicano tiene una particularidad: se presenta como una “transformación histórica” que combate la corrupción y la desigualdad. En la narrativa oficial, los organismos autónomos no son vistos como guardianes del orden democrático, sino como vestigios del antiguo régimen. Este discurso, aunque eficaz, encubre una concentración peligrosa del poder.

Lecciones de la historia y el peligro actual

En el panorama internacional, el desmantelamiento de la democracia suele ser gradual. Levitsky y Ziblatt señalan que el proceso comienza con la demonización de los oponentes políticos, sigue con la captura de las instituciones y culmina con la manipulación electoral para perpetuar el régimen. En México, ya estamos viendo los primeros dos pasos ejecutados con precisión alarmante.

Las reformas impulsadas por AMLO y Sheinbaum no solo modifican las reglas del juego; cambian el árbitro y el terreno en el que se juega. Esto es especialmente preocupante en una nación con una historia de autoritarismo priista, donde la concentración del poder ha sido la norma, no la excepción.

El autoritarismo no llega de golpe. Como dijo Yascha Mounk, “el veneno del populismo autoritario no mata rápidamente; se filtra lentamente, paralizando las instituciones y debilitando la fe en la democracia”.

Un futuro incierto

¿Puede México evitar este destino? La resistencia debe venir de una ciudadanía informada y organizada, así como de una oposición política que no caiga en la trampa del antagonismo vacío, sino que ofrezca un proyecto alternativo sólido y creíble. En este momento crucial, los mexicanos enfrentan la posibilidad de repetir los errores del pasado o de reinventar su democracia.

Como Krauze advertía, “el pueblo no es un hombre, una mujer o un grupo político: el pueblo es la pluralidad”. Defender esta pluralidad es la única garantía para evitar que el país caiga en el autoritarismo disfrazado de democracia. Sin contrapesos efectivos y sin instituciones autónomas, el futuro democrático de México estará en juego.

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