En el teatro de la política mexicana, los partidos y sus funcionarios son actores incansables en una obra donde la culpa siempre encuentra un nuevo escenario. Los errores se convierten en banderas que agitan en redes sociales, medios y plazas públicas. Hoy, cualquier fallo, cualquier crisis local o nacional se transforma en un arma para atacar o defender. Morena culpa al PAN, el PAN a Morena, y así, el ciclo continúa. No importa de dónde provenga el problema ni su complejidad, siempre parece haber alguien “del otro lado” a quien culpar.
En Querétaro, esta dinámica se ve de manera clara. Cuando un conflicto social se enciende, los ataques políticos encuentran su justificación en los colores de las camisetas partidarias. Si Morena gobierna en algún estado, los problemas de violencia o seguridad son señalados como su “debilidad”; si es el PAN quien gobierna, entonces las acusaciones se dirigen al “fracaso” de la oposición. Este fenómeno no es exclusivo de un partido ni de una región, es una constante en el país: una danza política que busca delegar la responsabilidad, crear polarización y, en última instancia, evadir la verdadera rendición de cuentas.
Las redes sociales amplifican este juego de culpabilidades, transformando cada incidente en una oportunidad para atacar. Los comentarios, memes y tendencias en Twitter, Facebook o TikTok se convierten en el nuevo campo de batalla. Como decía el cacique potosino Gonzalo N. Santos: “solo el primer perro sabe por qué ladra”. En la política moderna, ese primer ladrido suele perderse en el ruido, y lo que queda es una cacofonía de acusaciones, memes y lemas que pocas veces se detienen a examinar la raíz de los problemas.
Este ambiente digitalizado y polarizado nos deja con un panorama donde muchas veces la “batalla” es ficticia. Las problemáticas que verdaderamente afectan a la ciudadanía –como la inseguridad, la pobreza o la falta de servicios públicos– se ven relegadas a un segundo plano, en tanto el foco de atención recae en los juegos de poder y en los discursos partidistas. En lugar de resolver los problemas de fondo, la narrativa se convierte en un espectáculo en el que los actores principales son los partidos, no los ciudadanos. La política se convierte en un pretexto para la discordia, mientras que las soluciones a los problemas reales parecen menos prioritarias.
El reto, entonces, no es menor. Se necesita romper con esta lógica de culpabilidad infinita y de ciclos de ataques y defensas. La política debe volver a enfocarse en la rendición de cuentas, en las soluciones de fondo y en el trabajo conjunto. Mientras el primer perro siga ladrando por razones que solo él conoce, y el resto lo siga sin cuestionarse, la ciudadanía seguirá atrapada en un espectáculo de sombras, sin lograr ver el verdadero rostro de quienes deben responder a sus necesidades.