Con la reciente elección de Gisela Sánchez Díaz de León como presidenta de Morena en Querétaro, se vislumbra un esfuerzo por fortalecer la unidad en un partido que enfrenta divisiones notorias, tanto a nivel local como en el grupo parlamentario de la LXI Legislatura. Sánchez, quien asume el liderazgo con un mensaje de cohesión, ha declarado su intención de promover el diálogo y la organización interna, un reto considerable dada la fragmentación política que enfrenta Morena en el estado.
A pesar de sus declaraciones de neutralidad, la vinculación de Sánchez con figuras como el diputado federal Gilberto Hera ha generado suspicacias sobre su independencia y sus intenciones en el cargo. La dirigente ha rechazado cualquier imposición, subrayando su trayectoria en derechos humanos y su compromiso con las bases del partido, especialmente en miras a consolidar el proyecto de la Cuarta Transformación de cara a las elecciones de 2027.
Sin embargo, Morena en Querétaro enfrenta desafíos internos significativos. La presidenta ha hecho un llamado a señalar a aquellos miembros que no respeten la línea de la 4T, incluyendo a aliados del Partido Verde que han mostrado inclinaciones hacia el PAN. Este tipo de declaraciones, aunque comprensibles en el contexto de alineación ideológica, pueden profundizar los conflictos y minar la unidad que Sánchez busca promover.
Con un mandato que incluye la afiliación de nuevos militantes y la credencialización, Sánchez tiene la oportunidad de renovar el apoyo a Morena y fortalecer su estructura en Querétaro. No obstante, su liderazgo será puesto a prueba en el difícil equilibrio entre fomentar la unidad y gestionar las tensiones internas. La pregunta es si su enfoque logrará consolidar a Morena en el estado o si, al contrario, terminará exponiendo las fracturas en un momento crítico para la organización.