Por Luis Gabriel Osejo
En los últimos años, la política ha experimentado una metamorfosis peligrosa. Atrás han quedado los tiempos donde la credibilidad y el esfuerzo eran las cartas fuertes de un líder. Hoy, los políticos han encontrado en las redes sociales un refugio para sus aspiraciones narcisistas, transformándose en lo que muchos han denominado los “políticos influencer”. La política, una vocación antaño definida por la capacidad de gestionar problemas y ofrecer soluciones, ha cedido espacio a un teatro de egos y popularidad efímera.
Es irónico ver cómo las redes sociales, creadas para democratizar la voz ciudadana, han terminado siendo el arma preferida de aquellos que prometen el cielo mientras posan para la cámara. Algunos ejemplos son evidentes y recurrentes en la actualidad. Basta con abrir Instagram, TikTok o Facebook para ver a ciertos gobernantes y aspirantes entregados a la superficialidad: desde videos con frases motivacionales hasta “vlogs” donde muestran sus jornadas “agotadoras” mientras sorben un latte o se enfrascan en una charla amena con sus asesores.
Una historia de ficción:
David Montalvo, un joven presidente que ganó adeptos por su promesa de transformación, pronto encontró en los videos cortos y las selfies una manera rápida y efectiva de posicionarse. Mientras su municipio enfrentaba crisis por escasez de agua y carencia de servicios médicos, él prefería mostrarse con un casco de constructor sobre el cabello perfectamente peinado y las mangas de la camisa cuidadosamente remangadas. Sus publicaciones en TikTok se llenaban de mensajes de apoyo, muchos agradeciendo “lo bien que se ve trabajando por el pueblo”. Paradójicamente, ese mismo pueblo se encontraba haciendo filas interminables para recoger un par de garrafones de agua cada semana.
No es solo David. A nivel nacional, figuras como Carla Del Real, diputada conocida por sus discursos emocionantes sobre la importancia de la familia y los valores, también han sucumbido al canto de los likes. Carla se ha convertido en un fenómeno viral en sus redes, donde comparte desde recetas de cocina hasta recomendaciones de libros “de superación personal”, siempre acompañadas de un filtro cálido y títulos sugestivos. Sin embargo, mientras su perfil crece como la espuma, sus iniciativas legislativas continúan en una mesa de revisión interminable, sin avances que respalden los mensajes inspiradores que inundan su cuenta de Twitter.
El cambio de paradigma: resultados vs likes
El problema con esta transformación es que el enfoque cambia de las obras y resultados tangibles a una política visual y efímera. Estos “políticos influencer” construyen su imagen sobre momentos perfectamente editados, distanciándose de la vida cotidiana de los ciudadanos y los verdaderos problemas que enfrentan. A las redes sociales les muestran su mejor cara, pero ¿qué sucede cuando se apagan los reflectores y los flashes de las cámaras?
Más allá del narcisismo, esta tendencia también afecta la percepción pública sobre la política en general. La imagen del político comprometido se ve reemplazada por la del político que busca popularidad a cualquier costo. La política del like, del filtro, se ha instalado como un virus, distorsionando la verdadera esencia del servicio público. Y lo que es peor, ha propiciado una apatía entre los ciudadanos, quienes, sin darse cuenta, han comenzado a medir el desempeño de sus líderes en función de su presencia digital, y no en los hechos.
¿Es esto lo que merecemos?
El éxito de un político no debería medirse por la cantidad de seguidores, ni por los comentarios de admiración en sus publicaciones. Sin embargo, parece que hemos caído en una trampa virtual, donde el carisma digital ha ganado terreno sobre la capacidad de gestión y la empatía real con las problemáticas sociales. ¿Nos hemos acostumbrado tanto a consumir contenido vacío, que hemos olvidado exigir resultados? La política de las redes sociales es atractiva, es inmediata, pero al final, es vacía. Las obras, esas que requieren años de planeación y ejecución, parecen no tener lugar en una sociedad donde todo se mide en función de su impacto viral.
Es momento de cuestionarnos qué clase de liderazgo queremos. No necesitamos políticos que se preocupen más por los filtros de sus fotografías que por los filtros de agua potable en las comunidades. Queremos líderes que sepan gobernar, que entiendan la importancia de tomar decisiones difíciles, aunque estas no generen miles de likes.
En este teatro político, todos somos responsables. La popularidad digital es efímera, pero los problemas sociales son permanentes. Como ciudadanos, debemos recuperar nuestra capacidad crítica y exigir a nuestros líderes algo más que una cara bonita y discursos inspiradores. La política debe volver a ser el arte de dar resultados, no de construir una narrativa que se desmorona en el primer encuentro con la realidad.
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