En Querétaro, pocos casos han dejado una marca tan profunda en la historia criminal y en la memoria social como el de Claudia M., la queretana acusada de un crimen impactante en los años ochenta. Su historia, llena de controversia, ha sido llevada a la pantalla en múltiples ocasiones, inspirando series nacionales e internacionales que, en su afán de contar su vida, han utilizado su apellido completo y han expuesto sin filtros detalles personales de su entorno familiar. Sin embargo, esto ha dejado una estela de preguntas sobre los derechos de quienes, sin cometer ningún crimen, siguen siendo estigmatizados por la sombra de un acto que no fue suyo.
A lo largo de los años, hemos visto cómo esta familia ha sido revictimizada, arrastrada al ojo público cada vez que la historia de Claudia vuelve a cobrar interés mediático. Su vida privada se ha convertido en objeto de narrativas que, en ocasiones, entremezclan hechos reales con elementos ficticios, dando como resultado una carga emocional y social que su familia ha debido sobrellevar por décadas. Y ahora, con la noticia de una nueva película que se filmará en Querétaro sobre su vida, resurge la pregunta: ¿Es justo que sus padres, hermanos y demás familiares sigan cargando con el estigma de un crimen que no cometieron?
Hoy en día, hablamos mucho de los derechos de las víctimas y también de aquellos que, aun siendo acusados de un delito, tienen derecho a una defensa justa. Pero, ¿qué pasa con los familiares de alguien que ha cometido un acto así? Ellos no son culpables, y sin embargo, la sociedad suele juzgarlos por asociación. Este caso de Claudia M. nos invita a reflexionar sobre cómo estamos manejando los derechos de las víctimas indirectas de la exposición pública.
La sociedad queretana y las producciones que narran estos hechos deben asumir una responsabilidad ética. Es fundamental replantear el modo en que se cuenta la historia de personajes polémicos y asegurarse de que sus familiares, aquellos que no estuvieron involucrados en el crimen, no sean arrastrados al escarnio público. En una época en la que los derechos a la privacidad y al buen nombre son reconocidos como esenciales, vale la pena preguntarse si estos valores se están respetando lo suficiente en este tipo de historias.