Revista

Depredador

Por Braulio “Mago” Guerra Mendoza
Ilustración: Especial

Lo oigo a lo lejos. Vino desde la entrada del cine. Ha sido el estornudo de un niño o quizás de una mujer joven. Fue sutil y delicado. No tosco y ruidoso como suelen ser los que dejan escapar las narices de los hombres. Tengo poco tiempo para evadirlo. A pesar de haber ocurrido a una distancia de 10 o 15 metros, sé que es veloz. 

Abandono la fila de la dulcería y camino rápido en dirección opuesta de donde se oyó. Segundos después, la persona que estaba formada delante de mí estornuda. ¡Es bastante ágil, por poco y me alcanza! 

Recorro un pasillo alfombrado y con luz tenue. Es perfecto para que él se mueva entre las sombras. Rebaso a una pareja. Después de 20 pasos oigo a ambos estornudar. ¡Maldita sea!

Entro a una sala y me aseguro de cerrar bien su puerta. La gente ve la película. Dichosos ellos que ignoran lo que hay ahí afuera. Encuentro un lugar libre en la primera fila. Me siento para recuperar el aliento. Trato de olvidar lo sucedido e intento prestar atención a la trama, pero alguien estornuda. 

Me pongo de pie abruptamente. A nadie más parece importarle la situación, la sala entera está concentrada en la pantalla grande. 

—¡Qué no se dan cuenta de que estamos a punto de morir!

Salgo por la puerta de emergencia y corro como nunca antes lo he hecho en mi vida. Empujo a todo aquel que se cruza en mi camino. Detrás del sonido de mis pisadas escucho una ráfaga de estornudos que me persigue. 

Llego a mi carro. Subo rápido y me encierro. Por fin estoy solo. Seguro. 

Bajo la ventanilla para tomar aire. Una mujer se acerca preguntándome la hora y me estornuda en la cara. Ya nada puede salvarme.

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